Máximo Gómez afirmó que para obtener la victoria en la guerra de 1868 eran necesarios:[1] “… algunos elementos de guerra y un poco de constancia” ” . [2] Se ha escrito en algunos textos como los mambises obtenían esos “ elementos de guerra” pero como fundamentaron ese “ poco de constancia ” se conoce mucho menos. Es esta una pregunta que reclama una respuesta. Nos hemos acostumbrado tanto a repetir la expresión “Guerra de los 10 años” que en cierta forma ha perdido su sentido de expresión de tiempo. Tampoco hemos intelectualizado lo que pudo significar para una persona, en especial para alguien de mediados del siglo XIX, donde la esperanza de vida no era tan prolongada. Podía ser perfectamente un quinto, un cuarto y quizás hasta más del total de la existencia de cualquiera de aquellos hombres y mujeres.
¿ Cómo resistieron tanto tiempo?. Hay una respuesta elemental: la intransigencia independentista. Era la esencia de la “…vorágine de la guerra de los diez años.”[3] como la llamó Enrique Jose Varona. Ese es el gran mecanismo mental que conformó una espiritualidad del sacrificio.
Desde esa sólida base debemos de iniciar la construcción de todo argumento para entender la resistencia. Pero es de pensar que en la mísera vida cotidiana de esta gente existían toda una serie de mecanismos, que sumados, harían más soportable cada día, cada noche de humedad y hambre, de calores y mosquitos, de fugas y combates. Detalles que, quizás, hoy nos parezcan insignificantes pero que para ellos alejaron la soledad, la desesperación, la incertidumbre por el futuro. Eso es lo que llamamos los mecanismos de la resistencia. Es asunto difícil de determinar con ejemplos. Quizás cada mambí llevaba en su macuto un cúmulo muy particular de motivos que explican su hazaña. De todas formas hay aspectos comunes sobre los que podríamos hacer algunas generalizaciones. Entramos en un campo inseguro para un historiador, más acostumbrado por el oficio a moverse entre datos muy concretos, criterios argumentados con buena letra en papel o evidencias de diverso origen; pero siempre perceptibles a los ojos, al oído o al tacto. Ahora comenzaremos a andar en un mundo en extremo subjetivo. Lo dicho y afirmado aquí es producto de un análisis basado en la consulta de una voluminosa documentación y bibliografía; pero siempre en asuntos humanos hay campos intangibles. Similares al efecto de esas aguas subterráneas que de humedad en humedad van avanzando hacia la superficie hasta que un día producto de la búsqueda humana o las circunstancias geológicas brotan para constituir un manantial en la montaña o el desierto. Los motivos de la gran resistencia del 68 tienen fuerzas ocultas que no son mágicas ni sobrenaturales. Fueron productos de las circunstancias o de las acciones de aquellos hombres y mujeres. Intentaremos encontrar ese mundo espiritual y material que consolidó el espíritu de la resistencia por 10 años. Quizás no tengamos todas las razones. Es posible que existieran otros motivos que consolidaron la gran y desesperada resistencia . Pero de todas formas consideramos como válido el que: la familia, la mujer, el regionalismo, la democracia, la solidaridad cotidiana, entre otros estarían presentes en el argumento de la gran resistencia.
EL PRIVILEGIO DE PEDRO
Si analizamos con cuidado la historia de la guerra de 1868 podríamos afirmar que esta fue organizada, en buena medida, por un grupo de parientes pertenecientes a antiguas familias criollas del oriente y el centro de la isla. Diversos ejemplos demuestran que la mayoría de los líderes regionales de octubre de 1868 surgieron de las grandes familias de terratenientes del oriente y el centro de la isla. Es posible que algunos ya no tuvieran el abolengo material de sus antepasados pero tras ellos estaban los cimientos de una vieja y patriarcal familia criolla.
Los antepasados de Carlos Manuel de Céspedes por la parte del padre residían en Bayamo desde la primera mitad del siglo XVII.[4] De Francisco Vicente Aguilera anotó uno de sus biógrafos que sus antepasados pertenecían a una de: “… las mas distinguidas y acaudaladas familias de aquella comarca” [5] Los padres de Ignacio Agramonte: “… descendían de antiguos pobladores” de Puerto Príncipe.[6] Eduardo Agramonte Piña, futuro coronel mambí, tenía antepasados en la región que se remontaban al siglo XVI.[7] La familia Betancourt que daría destacados patriotas, entre ellos a Salvador Cisneros Betancourt, Ana Betancourt y otros se había establecido en Cuba a mediados del siglo XVII[8] La familia Agüero que aportó algunos de los líderes de la guerra en Puerto Príncipe hundía sus raíces en el siglo XVI. Estaban emparentados con Vasco Porcayo de Figueroa, personaje relevante en los primeros años de la colonización.[9] Pedro Figueredo remontaba sus antepasados en Bayamo al siglo XVII.[10]
Los orígenes de la familia holguinera Grave de Peralta alcanzaban el siglo XVII. De ella procedían los hombres que dirigieron la guerra de 1868 en esa jurisdicción por lo menos en sus primeros años.[11] Otros líderes de menor relieve también pertenecían a antiguas familias. Este fue el caso de Guillermo Cardet Weathom[12], Miguel Ramón y su hermano Prisciliano Cardet Zayas. El primero de ellos, Guillermo, llegó a ser teniente coronel en la guerra de 1868 y coronel en el 1895. Fue un personaje de indudable influencia en el mambisado. Al extremo que Antonio Maceo lo expulsó de su zona de operaciones cuando se convirtió en propagandista de uno de los movimientos regionalistas que estallaron en la guerra de 1868. La familia Cardet tiene sus raíces en el siglo XVII holguinero y en el XVIII camagueyano.[13]
Mientras, en Santiago de Cuba, Agustín Portuondo Ramos fue uno de los tempranos conspiradores. Se sublevó y llegó a alcanzar el grado de teniente coronel. Era miembro de una antigua familia santiaguera, cuyos orígenes se encuentran en el siglo XVII. [14] Brígida Zaldívar Cisneros, la esposa de Vicente García, procedía de una antigua familia criolla. El padre de esta patriota descendía de una familia establecida en Puerto Príncipe desde el siglo XVII.[15]
También existan antiguos vínculos de parentesco entre familias. Por ejemplo una de las bisabuelas de Pedro Figueredo era hermana de un bisabuelo de Carlos Manuel de Céspedes.[16] Vicente García González y Francisco de Varona González, dos de los líderes tuneros eran primos.[17] Mientras Francisco Muñoz Rubalcava, que sería general del 68 en esa comarca, era casado con Tomasa de Varona hermana del futuro general Francisco de Varona y prima de familiar en la casa de Vicente García o de Francisco Varona se Vicente García[18] En cierta forma el máximo liderazgo tunero se conformó en torno algunas familias de la región. En un almuerzo podía decidir el inicio de la contienda .
Escoger los lideres militares de miembros de las grandes familias de terratenientes criollos es comprensible. El 9 de octubre de 1868 no se ha creado un grupo de individuos que se destacaron por su participación en acciones combativas. No existía una cultura bélica. No estamos ante el caso de Santo Domingo donde el antecedente bélico tendrá una gran importancia prácticamente desde el origen de la colonia con su enfrentamiento a los franceses de Saint Domingue y luego del fin de la dominación española en la lucha contra los haitianos para continuar en la Guerra de Restauración y las numerosas contiendas civiles.
La sociedad dominicana cuando decidió sublevarse contra España en 1863 podía seleccionar a sus líderes de esos caudillos militares. En cierta forma en cada barrio había un héroe de la guerra contra los haitianos.
En esa situación un individuo que no pertenece a la elite terrateniente pero de condiciones excepcionales como militar podía alcanzar un papel social y político muy por encima de sus orígenes. En Cuba la guerra contra los piratas y corsarios en los siglos XVI y XVII está demasiado lejana en 1868. Fuera de la intervención inglesa, en el siglo XVIII, con el desembarco en Guantánamo y la toma de La Habana no hubo un intento de ocupación del país que conllevara una lucha en que toda la población se viera envuelta. Incluso los mas recientes ataques de los llamados corsarios insurgentes era un tema también muy lejano y que realmente, aunque afectó el comercio y se provocaron acciones en tierra, pero no en el sentido de marcar la historia del país con una tradición militar.
Por lo que el cubano de octubre de 1868 no tenía otra referencia para buscar sus líderes militares en los muchos y complejos lazos que habían creado las familias criollas de terratenientes desde el inicio de los tiempos de la isla. Estamos ante una fuerza mas bien movilizativo que propiamente militar.
Al estallar la contienda y prolongarse implacablemente el papel de la familia también alcanzó una gran relevancia.
En los momentos más dramáticos de la guerra cuando: “…la cobardía y la traición se habían desarrollado grandemente … nadie estaba seguro de nadie.[19]
El vinculo familiar podía sellar una alianza difícil de romper por peligrosas que fueran las circunstancias.
Un ejemplo es la familia Feria en Holguín. Gozaban estos de la confianza del líder local Julio Grave de Peralta. Hay un caso bastante curioso sobre esta familia y que nos refleja la mentalidad de la época. El 7 de marzo de 1870 el general Julio Grave de Peralta nombra a Jesús de Feria jefe interino de su Estado Mayor. [20] Cuando Julio selecciona al jefe definitivo del mismo el 25 de mayo de ese año escoge a Luis de Feria Garayalde que es primo de Jesús de Feria . [21] De esa forma el estado mayor se conformaba con una especie enroque y movimientos de integrantes de antiguos familias holguineras. La mayoría de los demás miembros del Estado Mayor eran hermanos, primos o sobrinos de Grave de Peralta. Los dos Ferias no negaron la confianza que merecían. Jesús de Feria acompañó a Julio al exterior en busca de una expedición. Retornó con el a Cuba y murió en combate pocos días después del desembarco. Luis de Feria llegó a general de división y combatió en las tres guerra de independencia.
El asunto tenía viejas raíces en la historia. Era tan inconcebible la traición al pariente que Dante, en su Divina Comedia, sitúo a los que habían caído en tal falta en el noveno círculo del infierno. Sometidos a la cruel tortura de un frió invierno:
yacen las sombras en el lago helado
batiendo el diente a modo de cigüeña[22]
Para un meridional este debía de ser el más horrible de los castigos. Los cubanos en cierta forma estaban emparentados con el florentino y su formación latina, pero en especial con el elevado concepto que tenía esa cultura de las relaciones familiares. Asunto que pese a todos los cambios sobrevive todavía en la Cuba de inicios del siglo XXI como cualquier vecino de barrio podrá comprobar sin mucho esfuerzo.
Al lado de esta condición de ser miembro de una antigua familia es necesario tener en cuenta lógicamente las condiciones personales del futuro líder que le creaban arraigo en sus comarcas. Pero era difícil que una persona que no fuera miembro de una de estas familias llegara a alcanzar relevancia a nivel de región en el momento del alzamiento.
El pariente daba un aporte significativo a la actividad bélica. Conformaba compromisos que eran sagrados. El hijo o el sobrino del convencido muchas veces sigue el sendero insurrecto.Parientes sanguíneos o espirituales o gente de alguna forma vinculada con un familiar causaban mayor confianza que un desconocido.
La guerra no perdió ese sentido de asunto de familia que había tenido desde el principio. En carta a su esposa el 18 de octubre de 1871 dice Céspedes: “ … reuniéndonos el 20 con Luis Figueredo en una finca de su familia llamada Toti . [23]
Se daba por descontado que estos parientes de Figueredo que recibía a la comitiva presidencial en su finca no lo traicionarían. Cuando ocurría la traición de algún miembro de una de esas antiguas familias patriarcales se excluía a estas del bochorno. Se consideraba que había sido un hecho excepcional que los parientes rechazarían.
Ante la traición de dos altos oficiales del ejercito libertador pertenecientes a antiguas familias orientales Calixto da por sentado el rechazo de la parentela:
“ Un odioso amor a la vida o un mal entendido amor a sus familiares respectivas los ha arrastrado a la traición, a la infamia. Un odioso amor a su vida, porque es odiosa la vida sin honor. Un mal entendido amor a sus familias, porque sus familias los execrarán.”[24]
No podemos comparar el sentido que hoy se le da a las relaciones familiares en la mayoría de las sociedades modernas e incluso desgraciadamente en la nuestra con lo ocurrido en 1868. Relación hoy que está definida por una palabra bochornosa; Nepotismo. “ Protección desmedida que dan algunos políticos y funcionarios a sus parientes y amigos”[25] Es cierto que el pariente, casi por regla, tenía lugar preferente en los estados mayores, en los altos grados y cargos militares del Ejército Libertador. Asunto que fue criticado por no pocos contemporáneos. Pero tal selección era también el tener el privilegio de ser punta de vanguardia en las emboscadas más temerarias, integrar la avanzada en las cargas de caballería y convertirse en figura muy codiciada por el fusil del infante hispano. Era tener lugar preferente en el patíbulo, en el pelotón de ejecución colonialista.
Nada más elocuente para entender los complicados caminos que se tendían entre compromiso y familia que una anotación que hizo Carlos Manuel de Céspedes al enterarse del fusilamiento de su hermano Pedro: “En fin sea por Cuba! Nadie tiene mas derecho á padecer por ella que mi familia.” [26]
No existía otra posibilidad para un Céspedes.
[1] Se ha respetado la ortografía original en las citas textuales
[2] Yoel Cordoví Nuñez. Máximo Gómez tras las huellas del Zanjón. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005, p 92
[3] Enrique José Varona a Ventura García Calderón. En Letras, cultura en Cuba. Número 6, Editorial Pueblo y Educación , La Habana, 1989, p 3
[4] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Editora de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, t I, p 11.
[5] Eladio Aguilera Rojas. Francisco Vicente Aguilera y la Revolución Cubana, La Habana, La Moderna Poesía, 1908, p 1.
[6] Gustavo Sed Nieves. Ignacio Agramonte. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1978, p 1.
[7] Emilio Godinez Sosa. Eduardo Agramonte. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1975, P 45
[8] Nydia Sarabia. Ana Betancourt. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p 27
[9] Jose Ignacio Castro y Gustavo Sed Nieves. Biografías. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977, p 78
[10] Olga Portuondo. Cartas Familiares Francisco de Estrada y Céspedes. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1989, p 116
[11] Jose Abreu Cardet. La Furia de los Nietos Guerra y familia en Cuba. Editorial el Mar y la Montaña, Guantánamo, 2003
[12] Guillermo Cardet Weathom murió con el grado de coronel el 23 de septiembre de 1897 de enfermedad en las filas de la revolución.
[13] Jose García Castañeda. Familias holguineros. Inédito y Pedro Montalvan. El origen de la familia Cardet comunicación personal al autor de esta obra
[14] Yamila Vilorio Foubelo. Los Portuondos evolución histórica de una familia santiaguera. Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2004, pp. 10, 34, 35
[15] Margarita Garcia Laguna. Brigida Zaldívar decisión y estirpe. Editorial Sanlope, Las Tunas, 2001, p 7
[16] Olga Portuondo Zuñiga. En Cartas Familiares Francisco de Estrada y Céspedes, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1989, p 116
[17] Victor Manuel Marrero Zaldívar. Tras la luz de sus estrellas. Editorial Sanlope, Las Tunas. 1996. p 14
[18] Víctor Manuel Marrero Zaldívar. Tras la luz de sus estrellas. Editorial Sanlope, Las Tunas, 1996, p 24
[19] Enrique Collazo. Cuba Heroica, S.F., p. 275.
[20] Museo Provincial de Historia. Fondo Julio Grave de Peralta. Libro Copiador de Borradores. 1276. de 7 de marzo a Jesús de Feria
[21] Museo Provincial de Holguín. Fondo Julio Grave de Peralta. Libro Copiador, comunicado número 1411, de 25 de mayo de 1870
[22] Dante Alighieri. Dvina Comedia Infierno. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1972, p 192
[23] Fernando Portuondo y Hortensia Picahrdo. Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, t III, p 86
[24] En: ANC, Donativos y Remisiones, Legajo 543, núm. 85
[25] Larrousse Ilustrado, p 719
[26] Eusebio Leal Spengler. Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido. Publicimez S.A., Ciudad de La Habana, 1992, p 178
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