ANOTACIONES (8)

Pinceladas de la muerte

 La poetisa y los vegueros

La abuela del general

 

Pinceladas de la muerte  

José Abreu Cardet

Dentro de los estudios que se han realizado sobre Carlos Manuel de Céspedes, se destacan los libros de los historiadores Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, publicados por la editorial de Ciencias Sociales en 1982 en tres tomos. Estos textos de una invaluable importancia para los investigadores reproducen los documentos conocidos hasta la fecha del Padre de la Patria. El tomo tercero se dedicó a las cartas que escribió a su esposa Ana de Quesada y la de esta al presidente. También algunas familiares.

En las misivas de Céspedes es interesante la variedad de temas. Estamos ante un estudioso de la sociedad cubana. Tanto sus poesías, sus diarios y cartas lo reflejan. Hemos realizado un análisis de la correspondencia a la esposa tratando de encontrar sus visiones sobre diversos acontecimientos y personajes contemporáneos. A continuación, reproducimos algunos.

Uno de los asuntos menos recordado por los estudiosos del pasado es como se representó en el imaginario mambí a los aborígenes cubanos. Céspedes en carta a su esposa fechada el 2 de enero de 1872 en Monte Oscuro en momentos en que intentaban eludir la persecución de una columna enemiga hizo una interesante reflexión:

“Aquel día cayó un fuerte aguacero que borró todos los rastros que guiaban a nuestro campamento. Partimos al siguiente por entre el monte conforme a mis propias instrucciones; pues yo quería que saliésemos como en un globo y por la tarde acampamos en MACHETE bajo un torrente de agua que duró sobre 6 horas. Nos alojamos en unas covachas al pie de unos elevados farallones y no pudimos menos que recordar a los infelices siboneyes que tal vez un día se abrigaron allí, huyendo de los feroces conquistadores.”[1]

Hay asuntos muy singulares reflejados por Céspedes como las relaciones con unos náufragos alemanes, un tema olvidado por la historiografía hasta el presente. En Monte Oscuro en enero de 1872 anotó:

“Lunes 26. Tal vez hasta ti llegue la noticia de un buque alemán llamado Pinguin, que naufragó en las cosas de Holguín y voy a referirte la anécdota. Nuestros jefes supieron el siniestro y acudieron a prestar sus auxilios a los náufragos. Los trataron muy bien, ayudándoles a transportar los intereses que lograron salvar, sin querer admitirles paga alguna por su trabajo, sino únicamente algún regalillo que los extranjeros les obligaban a aceptar, viendo que de todo carecían y que a pesar de eso le prodigaban sus escasos recursos. Provistos de una certificación relativa a su desastre, fueron acompañados hasta las inmediaciones de Samá y siguieron su camino sano y salvo. Partieron muy agradecidos y expidieron también certificado del buen manejo de nuestras gentes. Un joven prusiano, por nombres Augusto Roth, que dice haber sido sargento y hallándose en el sitio de París, determinó quedarse con nosotros y no hubo quien pudiera disuadirlo de su propósito. Tuvieron  la suerte de encontrar en nuestro ejército compatriotas suyos y cubanos que saben hablar lengua alemana.”[2]

Estamos ante un acontecimiento prácticamente inédito de la solidaridad con la insurrección de hombres de otra tierra.  Al mismo tiempo de una acción muy humana de los independentistas al ayudar a los náufragos.  Podríamos preguntarnos hoy quienes eran esos alemanes que formaban parte del ejército insurrecto.

Es conocido de todos los refinados gustos y cultura exquisita del primer presidente. Esta vida cultural se trató de llevar a los campamentos. El 23 de junio de 1871 le decía a la esposa:

“Para distraernos el rato que no estamos trabajando, tenemos reuniones literarias, y jugamos ajedrez, porque he observado que la lectura es lo que más me daña a los ojos.”[3]

En otra de las cartas Céspedes muestra un asunto que es una constante: el interés por el idioma. Le dice a la esposa: “También espero que me des una muestra de tus adelantos en la lengua inglesa, pero sin corrección de maestro.”[4] El presidente agrega que:  “Mucho me alegraría de que si no ves en ello algo que te sea perjudicial, aprendieses el inglés gramatical y prácticamente añadiendo ese nuevo adorno a tu inteligencia para servirme después de maestra, si Dios disipa mis temores y quiere volver a reunirnos.”[5]

En la correspondencia abundan breves descripciones donde se pone en evidencia la forma de vivir y las acciones profundamente humanitarias de no pocos mambises en una de ellas participa el periodista irlandés James O Kelly de visita en Cuba Libre:

“El 14 llegamos al COROJO finca muy inmediata a GUISA donde estaba acampada en una casa antigua la fuerza del teniente Coronel Emilio Noguera que nos aguardaba. Aquella noche un soldado cubano hizo desternillarse de risa a OKelly, representándole escenas grotescas de costumbres. Este le quiso regalar un doblón; pero el soldado no consintió, a fuerza de instancias, en otra cosa sino en que el mismo OKelly lo diera en su nombre a alguna cubana pobre emigrada en New York, rasgo que fue muy aplaudido.”[6]

En la correspondencia la presencia del pasado épico de la revolución es una constante: El 8 de agosto de 1871 le dice a la esposa:

“En estos días me ha sucedido una rara coincidencia. El 3 del presente llegué a la finca de Jesús María, a los 3 años justos del día en que estuve en ella en unión de Isaías Masó. Veníamos a representar a Manzanillo en la junta que habría de celebrarse entre los diputados de algunos pueblos de la Isla, para conferenciar acerca de nuestro levantamiento contra la tiranía española; y el siguiente 4 nos reunimos todos en San Miguel, lo mismo que resultó este año en igual fecha. La primera finca fue incendiada por Valmaseda y está hoy desierta: (desde ella te escribo ahora) la segunda está simplemente destechada, pero también solitaria. Antes eran prósperas y visitadas. Pero antes éramos esclavos: hoy tenemos patria. Somos libres. ¡Somos hombres! (…) Allí referí a los circunstantes, ansiosos y admirados, las gráficas escenas de aquel día que ya pertenece a la historia, y les marqué las localidades que habíamos ocupado en el rancho de San Miguel que todos saludamos con religioso respeto al despedirnos de aquel lugar sagrado.”[7]

Salvar esa memoria histórica era una constante entre la élite culta que inició la guerra. Zambrana se dispone a escribir una biografía de Céspedes. Al respecto nos dice el 8 de agosto de 1871 que el diputado Zambrana en broma le expresó: “que yo debo desear su muerte; porque me ofrece que ha de hacer mi biografía. Yo contesté que a contrario, le deseaba muchos años de vida para que se enmendase, o me glorificara; porque el que no tiene detractores, no ha hecho nada bueno en el mundo”.[8]

El 18 de octubre de 1871 le dice que: “Te remito el puño de la espada del difunto patriota y amigo Pedro Figueredo, para que lo pongas a disposición de su viuda. Asimismo te envío mi bandera de Yara, perteneciente a la División de Bayamo, para que la guardes con cuidado religioso hasta mejores días.”[9]

Son interesantes las descripciones que hace de algunos patriotas:                    

“Aquí llegó Julio Sanguily mandado buscar por el Gobierno para trasladarlo al extranjero, pues ya no tiene disponible más que un brazo. Se han tomado disposiciones para realizarlo y por vía de retiro, a indicación de la Cámara se le ascendió a Mayor General. Este joven no hay duda que es una de nuestras glorias; pero desgraciadamente ha pasado como un meteoro.[10]

“Gómez me presentó al coronel Antonio Maceo. Es un mulato joven, alto, grueso y de semblante afable. A propósito, te describiré los jefes de Santiago de Cuba, cuyos nombres verás, o habrás visto en los partes. Silverio Prado, blanco, anciano, bajito, desdentado, voz cascajosa; hombre honrado, político a su manera y celoso de la raza de color. Camilo Sánchez, blanco, joven, bajito, fornido, medio bizco y amigo de vestir con lujo. Policarpo Pineda (a) Rustán, mulato bajito, algo picarazado (sic) de viruelas, mirada turbia, errante: no puede andar por sus heridas. Acaba de ser degradado en un consejo de guerra por haber hecho matar a un oficial sin formación de causa y haber insultado al general Gómez, Guillermo Moncada, negro, muy alto, delgado, labio superior corto, dientes grandes y blancos: cojo por heridas; dicen que no quiere a los blancos. Francisco Borrero, mulato, Alto, delgado, rostro alegre, vivo de genio y cariñoso. Todos estos jefes son hombres de campo, si educación; pero muy valientes y leales cubanos”.[11]

“(brigadier Jesús) Pérez pertenece a la raza blanca; es de estatura regular, delgado, cara oval, huesoso, trigueño, ágil, comunicativo y muy patriota. Como los demás, su educación es limitada, pero de bastante inteligencia y buen fondo.”[12]

 “…Para seguir dándote una idea de los jefes que no conoces, le describiré a Juan Cintra, que vino a visitarnos el 1º de este mes y que acabo de ascender a coronel por sus servicios desde el principio de la revolución. Es pardo, de 52 años de edad, estatura regular, delgada, carilarga, ojos extraviados, habla tardía. Hará dos años que los españoles le asesinaron toda su familia. Es honrado, sereno en el combate, inteligente y partidario de la unión entre blancos y negros.”[13]

“Flor Crombet es un francesito criollo, de unos 22 años, alto, delgado, muy elegantito y simpático: promete ser uno de nuestros mejores jefes.”[14]

La mayoría de estos hombres a los que se refiere Céspedes murieron en la guerra. Unos en combate, otros capturados fueron ejecutados. También las enfermedades con el respaldo de la penuria a que estaban sometidos destruyó a otros. Estamos ante verdaderas pinceladas de la muerte.

Tal parece que Carlos Manuel quiso arrebatar el olvido que impone esa vieja amiga de la humanidad estos recuerdos. Gracias a su altura de espíritu los estudiosos de las guerras de independencia tienen a su disposición una valiosa información y agudos análisis en las cartas a su esposa Ana de Quesada.

Notas

[1] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes: escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, tomo 3,  p. 116

[2] Ibídem: pp. 103 104

[3] Ibídem: p.  64

[4] Ibídem: pp. 183 184

[5]  Ibídem:  pp. 73, 74

[6] Ibídem: p. 185

[7] Ibídem: pp. 78 79

[8] Ibídem: pp. 78 79

[9]Ibídem: p. 93

[10] Ibídem: p. 116

[11] Ibídem: pp. 128 129

[12] Ibídem: p. 140

[13]   Ibídem: p. 144

[14] Ibídem: p.  159

Publicado en el Sitio Web de la UNEAC. Link: Pinceladas de la muerte – UNEAC

 

La poetisa y los vegueros

José Abreu Cardet

Los inmigrantes procedentes de las Islas Canarias que llegaron a nuestro país tuvieron un papel significativo en la conformación de la nacionalidad cubana. Fueron un grupo importante desde el período colonial. Por citar un ejemplo en 1862 residían en Cuba unos 48000 canarios y 67 600 peninsulares y baleares.[1]

En el siglo XX esta emigración se mantiene. En 1907 en Cuba vivían 185 393 inmigrantes españoles, lo que representaba el 9.05 por ciento sobre el total de la población que era de 2 048 080 habitantes. En 1919 llegaban estos inmigrantes a 245 644. Mientras el total de vecinos de la isla era de 2 889 004, lo que situaba a los españoles como el 8.5 por ciento. En 1931 nos encontramos con 257 596 nacidos en España.

Respecto a los 3 962 344 de residentes en la mayor de Las Antillas  significaban el 6.50 por ciento.[2]  Aunque en los censos en la República no se les separa por las regiones españolas, pero diversos estudios nos revelan que una cifra importante de esos inmigrantes a que hicimos referencia eran canarios. 

Al salir de su tierra natal los acompañaban la alegría de mejorar la vida, pero también, al decir del poeta español J. A. Álvarez de Castro, estaban convencidos la mayoría de que:

 Ya nunca más tu suelo veré

  y lejos de ti de pena moriré

Se han realizado numerosos estudios sobre estos recién llegados que se afincaron en las raíces de esta isla del Caribe. Pero queremos situarnos en la pupila de esta multitud pobre y hoy olvidada sin los cuales es imposible comprender la cultura cubana y la misma historia del país. Los territorios donde ellos se asentaron se convirtieron en centros de una intensa agricultura que abrió senderos a la riqueza. Es imposible mencionar el famoso tabaco cubano sin referirse a ellos. Los canarios fueron vegueros dedicados y eficaces.

En una ocasión, tocamos la puerta de una de nuestras más sensibles poetisas de la mayor de las Antillas: Dulce María Loynaz (1902-1997), premio Cervantes, para pedirle su criterio sobre estos hombres y mujeres hacedores de países.

Su gran amor fue el destacado periodista canario Pablo Álvarez de Caña avecindado en La Habana. Junto con el esposo visitó las islas atlánticas y convivió con la familia de su cónyuge también inmigrantes. Logró entender el espíritu de aquellos isleños que reflejó en sus textos: Un verano en Tenerife y  Fe de Vida. Los poetas tienen ese don de desgajarce en otros universos humanos y entender a personas que pueden serle lejanos en intereses y forma de vivir. Nos hemos acercado a esos criterios que ella reflejó en sus obras que parecen tomados desde la mirada de un humilde migrante canario.  

Para estos hombres y mujeres, las diferencias entre sus islas y Cuba eran abismales. Llegaron a la Mayor de Las Antillas desde su tierra natal, que era las más de las veces seca y abatida por las arenas del Sahara con paisajes que parecen extraídos de la misma muerte, del horizonte de la nada. Junto a zonas fértiles y cuidadosamente cultivadas se extendían regiones que parecen extraídos de la ciencia ficción. Acompañemos a Dulce María Loynaz que nos dice: 

De súbito, el paisaje da la vuelta y cambia todo en derredor nuestro como arrancados de raíz han desaparecido en unos minutos los árboles y albercas. La hierba se hace mustia, las flores palidecen y acaban por desaparecer también dejando tan solo la piedra descarnada a ras de tierra.

Y es que hemos doblado ya la punta de Teno, y entramos en el Sur, donde la vida ha muerto hace miles de años.

Dicen que contemplando el monte de Nublo en Gran Canaria, don Miguel de Unamuno, nunca propenso a ceder a asombro alguno, hubo de exclamar conturbado:

– Esto es una tempestad petrificada[3]     

La falta de agua es antológica en las Canarias. Si seguimos el discurso narrativo de la poetisa Dulce María Loynaz nos afirma: «… allá hay pueblos que llevan en su nombre un espejo de agua que en la realidad ya no existe como San Cristóbal de la Laguna: Es decir, que las gentes de su tierra ven un agua que, aunque no existe hoy, existió hace siglos».  [4]

En otra página de su relato retorna a esta narración sobre la añoranza por el agua: «Y dejamos atrás, Río de Arico, donde no hay ningún Río, sino esta obsesión de las gentes por el agua».[5]

Esos hombres y mujeres estaban acostumbrados a que el paisaje se hiciera, en ocasiones, cómplice de la miseria material humana. La poetisa nos dice de la pobreza de algunos de estos vecinos en sus islas: «También las cuevas naturales que forman los repliegues de las rocas son viviendas de mucha gente humilde». [6] 

Los canarios llegan inesperadamente a un mundo nunca imaginado, no por la existencia de tesoros incaicos o aztecas, sino por la simple abundancia de agua y vegetación. Donde todo se proyecta en exceso según Dulce María:

«… aquellas posibles tres cosechas al año que le habían hablado los guajiros. Y aquellos esquejes clavados en tierra para sostener la alambrada de los cercados, que sin raíces ni otros propósitos que el dicho, a la vuelta de una semana florecían milagrosamente, crecían hasta hacerse pronto frondosos árboles, aquellas aguas abundantes por doquier, sin tener que extraerlas a pico y pala de la entraña de un risco…»[7].       

Los vecinos de esta isla antillana los sorprende por su exuberancia en el habla, en el vestir, en la forma de vivir: «… la gente no iba a misa; las mujeres, con pretexto del calor, dejaban descubierto en toda su amplitud los brazos, llevaban trajes sin mangas, cosa nunca vista en el mundo, o por lo menos en Canarias».  [8]

No ofrecía la isla de Cuba al igual que las canarias una fauna peligrosa si continuamos con el dialogo de la poetisa cubana en su visita a Tenerife: «En estas islas, como en la mía, no existen animales dañinos…»[9]  

Pero existía otra triste realidad. La ruina, la pobreza que los seguía muy de cerca los podía obligar a retornar a su tierra natal. En los años de la gran inmigración española de 1908 a 1913 hay también un retorno importante que se inicia con una escala ascendente de 50 397 en 1908 para llegar a 85 395 en 1913. [10] No todos regresan fracasados. Los retornados pobres son más, pero los menos recordados. Simbolizan el rechazo de la esperanza. Huyeron hacia la posibilidad de construir una vida nueva. Ahora al regresar más empobrecidos parece que escalaron como una especie de limbo donde se amontonan los desilusionados de todos los tiempos. 

El escritor Alfonso Pérez Nieve resume en las palabras de un imaginario retornado de América la situación de muchos de estos: 

—Porque aquí donde usted me ve, señor, vuelvo de América peor que me fui, es decir si cabe.

He estado por allí seis años, pero he perdido la salud, señor, (…) ¡Las hambres que hemos pasado!…Volvemos sin una perra y en cuanto desembarquemos tendremos que ponernos a pedir  limosna.[11]   

Para evitar llegar a ese extremo lamentable, los inmigrantes canarios se convirtieron en paradigma de laboriosidad y ahorro. Mostraron singulares senderos que terminaban en el trabajo y la constancia. Muy pocos de ellos sabían de la existencia de aquella poetisa sensible que amó profundamente a uno de ellos y los comprendió a todos.  

Notas

[1]  Ismael Sarmiento Ramírez Cuba: Entre la opulencia y la pobreza, Agualarga editores S.L. Sin año de publicación.  p. 45.

[2]  Jesús Guanche, España en la savia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, p 233 y Censo de 1943, p 718.

[3]   Dulce María  Loynaz,  Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubana, La Habana, 1994,  p 64.

 [4]   Ibídem,  p 68.

 [5]   Ibídem, p 67.

 [6]   Ibídem, p 64.

[7]  Dulce María Loynaz, Fe de Vida, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000, p 46.

[8]  Ibídem, p 47.

[9]  Dulce María Loynaz, Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p 45.

[10] Ministerio de trabajo y Seguridad Social España fuera de España Editado por la subdirección general de información administrativa de la dirección general de servicios del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. sin año de publicación.   p. 182.

[11] Ibídem. p. 161,

Publicado en el Sitio Web de la UNEAC  Link: www.uneac.org.cu/secciones/la-poetisa-y-los-vegueros

La abuela del general

José Abreu Cardet 

Es la historia poco conocida, parece ocultarse tras la gallarda figura del general Julio Grave de Peralta que desde su pedestal, en el parque que lleva su nombre, en la ciudad de Holguín, sable en manos parece desafiar al tiempo. Pero pocos conocen que entre sus antepasados dos mujeres arrogantes y decididas dejaron profunda huella. Una de ellas es su abuela materna: Josefa Cardet y Cruz.

Hija de Miguel Cardet y Jiba, un camagüeyano que se estableció en la jurisdiction de Holguín, en la segunda mitad del siglo XVIII. Logró ascender en la sociedad local y fue miembro del ayuntamiento. Se casó con la hija de una antigua familia holguinera, Ana María de la Cruz Infante. Tienen cinco hijos, cuatro varones y una hembra. (1) Nuestra atención se concentra en la única hembra María Josefa Cardet Cruz.

María Josefa Cardet y Cruz, conocida entre sus amistades como la Pepa, sobrevive a las epidemias e infecciones de todo tipo, que diezmaban a los párvulos. La pequeña poseía una absoluta fortaleza física y biológica. La vitalidad material coincidía con una forma del espíritu muy peculiar. Alcanzó la juventud con un carácter independiente y una libertad interior que le llevarían a decidir sobre su destino.

A diferencia de la mayoría de las mujeres y los hombres de su época, que acababan aceptando costumbres y leyes no escritas sobre la forma de vivir y actuar, Josefa Cardet trataría de forjarse un destino muy diferente. Desde muy temprana edad se sintió plenamente responsable de su vida. Muy pronto tendría oportunidad de poner a prueba su carácter y convicciones.

No se podía vivir en aquella aldea grande que era el Holguín, de principios del siglo XIX, sin encontrarse con la presencia de Josefa Cardet de la Cruz. Además del impresionante conglomerado de sus apellidos y su belleza física parecía reunir la atracción de los que están dispuestos a retar a la vida tomando caminos poco transitados. La primera decisión en ese sentido fue cuando aceptó el galanteo de un hombre casado como Francisco Zayas un santiaguero designado Comandante de las Milicias de Holguín. (2). Asunto desastroso para una joven virgen de familia adinerada.

El gran inconveniente que representaba el que Francisco era un hombre casado se diluyó ante la decisión y fogosidad de la muchacha que se fugó una noche de viernes santo con su amante. (3) En 1816 Francisco es designado Teniente Gobernador de Holguín.

El estaba formado de una madera muy diferente de las de los tradicionales funcionarios españoles en las colonias. Supo pulsar el sentir de los criollos holguineros, en especial los terratenientes locales. Tras aquella aparente modorra pueblerina se movían fuerzas e intereses capaces de producir grandes cambios. Francisco decidió canalizarlos. Pasadas las furias iniciales de los padres y tíos de su joven amante el arriesgado militar comenzó a ser aceptado por todos. La Pepa se encargó con absoluto desembarazo de limar las heridas del honor aldeano causadas por su pasión.

Francisco con sus obras concluyó haciendo olvidar hasta a las comadres más implacables lo peliagudo que resultaba el tener por amante pública a una mujer de familia principal de la plaza. Tomó importantes medidas como la construcción de un edificio de dos plantas donde se instalaron la cárcel y la casa de gobierno.

Estableció el primer alumbrado público de la ciudad. Obligando a sus vecinos a colocar frente a su casa un farol. Construyó o mejoró caminos importantes. Creo una filial de la Sociedad Económica de Amigos del País. Publicó en la revista de esa asociación una compilación de documentos sobre la fundación del cabildo holguinero. De esa forma se convirtió en el primer historiador local. Introdujo el cultivo del café en la jurisdicción. Incrementó el de la caña de azúcar. Para esto aceleró la introducción de esclavos. (4)

Es indiscutible que estamos ante un hombre progresista. Lógicamente para los terratenientes holguineros. Es de pensar que los africanos tendrían otros criterios, los que nadie tomó en cuenta.

Pero la gran obra de Francisco de Zayas sería la construcción del primer puerto de la comarca. Seleccionó la bahía más cercana a la ciudad de Holguín: Gibara, situada a unos 30 kilómetros de la capital de la jurisdicción.

Tales trabajos no impidieron que Francisco y Josefa escribieran una historia cotidiana y desgarradora. La reproducción natural. Verdadera hazaña en una época donde una parte considerable de las mujeres y los recién nacidos fallecían. Josefa pariría cinco hijos. Sobreviviría a las muchas infecciones que acechaban a las parturientas.

Josefa Cardet se convertía para Francisco en algo más que la simple concubina que, casi por tradición, tenía cada hombre de alguna importancia en la comarca. Se fueron creando lazos cada vez más estrechos en la pareja, que iba más allá de los cinco hijos fruto de la relación carnal. Josefa acabó subordinando todo a su pasión por Francisco y su éxito en la sociedad holguinera. Incluso su amor maternal. No dudó en entregar los cinco hijos nacidos de la ilegal relación a familias conocidas para que se encargaran de su crianza. Mientras ella atendía y apoyaba a su amante e incrementaba el peculio personal. Llegó a poseer varias propiedades importantes entre ellas un establecimiento azucarero de relevancia. Un texto de 1837 sitúa a Pepa Cardet como una de las más importantes propietarias de Holguín. Según el documento eran propietarios de un trapiche con 26 esclavos. (5)

Es la única mujer dueña de ese tipo de instalación productiva. Francisco terminó legalizando los hijos que tenía con Josefa. De esa forma pudieron llevar su apellido. El hecho de contar con el apoyo de dos familias de relieve en la comarca, los Cruz y los Cardet, el apoyo material que representaba la fortuna acumulada por Josefa Cardet explica en parte el éxito de Francisco. Josefa tenía suficiente dinero para subsanar errores y acallar a enemigos de su amante. En sus propósitos no se detenía ante nadie ni ante nada. Si siendo una joven virgen se había enfrentado a toda una sociedad mojigata y pueblerina ahora que era rica y de sobrada experiencia no conocía los límites en su accionar. Quizás así se explique que Zayas fue el gobernador que más tiempo dirigió la comarca en todo el periodo colonial.

Ella se encargaba personalmente de la administración de sus bienes. Al extremo de que castigaba con su mano a los esclavos insumisos. En 1833 Francisco cesa en sus funciones de teniente gobernador. El 11 de mayo de 1837 fallece en Holguín. (6)

Una de las mermas mayores que sufrían los capitales acumulados por las familias criollas era su fragmentación entre los hijos. Las familias eran numerosas. A la muerte del padre la fortuna se repartía entre la prole y la viuda. La tradición oral puso a flote un refrán. Padre millonario, hijo rico y nieto pobre. Josefa Cardet no estaba dispuesta a que sus recursos sufrieran tal suerte. No dudó a la muerte de su esposo en quedarse con lo más importante del capital, entregando a los hijos una parte mínima.

Pero no todo fue sumisión y acatamiento entre la numerosa prole de la Pepa. Para asombro de ella y de la comarca, acostumbrada a la obediencia de las mujeres ocurrió una desagradable sorpresa. La más joven de las hijas, Rafaela de Zayas y Cardet, realizó una demanda legal ante las autoridades. Reclamaba la parte de la herencia que le correspondía a la muerte del padre. Se iniciaba un expediente por las autoridades que iría recogiendo detalles de la vida de esta contradictoria familia. Los vecinos fueron tejiendo su historia en torno a aquella jovencita que para la mayoría había heredado el carácter insumiso y fuerte de su madre. Fue comentario popular que la Pepa Cardet había encontrado en su hija la horma de sus zapatos. La madre reaccionaba enérgicamente desheredando a la hija insumisa. Ya no se encontrarían los caminos de hija y madre.

La Pepa Cardet necesitaba abundante capital. La apasionada viuda se enamoró ciegamente de un joven oficial del ejército español destacado en Holguín, Luciano Martínez. Acostumbrada a vencer en sus pasiones no tardó en iniciar un tortuoso intento para tener junto a ella a su amado. Gestionó su licenciamiento del ejército español. Luciano no había cumplido con el período militar que le correspondía. Josefa pagó de su peculio el dinero que oficial y extraoficialmente era necesario depositar para lograr el licenciamiento del deseado militar. Por fin lo consiguió. En triunfo se estableció el joven en la cama de la fogosa mujer.

Rafaela al igual que sus otros hermanos había sido criada por una familia holguinera. Apenas tenía quince años cuando conoció a un forastero que llegó a Holguín procedente de Santiago de Cuba, José Grave de Peralta. Se iniciaba una relación amorosa que terminaría en el matrimonio y la procreación de una numerosa prole. Uno de sus hijos sería el futuro general Julio Grave de Peralta.

Demostraron Rafaela y su esposo José que no necesitaban de la protección materna para insertarse con éxito en el mundo económico de la localidad. Llegaron a tener varias propiedades en la jurisdicción de Holguín. Las de mayor relieve eran dos fincas y tres sitios de labranzas. (7)

Pero el trasfondo moral en que habían insertado su hogar estaba por arriba de las menudencias materiales. Allí se forjaban las aristas más agresivas y decididas de la nacionalidad cubana. Se creaba así un extraño contrapunteo entre el hogar de Josefa Cardet y su hija Rafaela. Josefa fiel al legado de quien había sido su primer y gran amor Francisco de Zayas veía la solución de los problemas nacionales bajo el ala protectora de España. Ante sus ojos estaban los desastres de las repúblicas de Latinoamérica. Muchos de los héroes de la independencia habían devenido en tiranos. Mientras en la casa de su hija Rafaela se iban agrupando los propietarios del criterio de que el futuro de Cuba era la independencia. Los hijos de Rafaela, los nietos de la Pepa nacían entre pañales insumisos.

La morada de Rafaela y José era considerada por las autoridades como una especie de nido de víboras. En esencia no le faltaba razón. Corría en el diálogo cotidiano el veneno de la insumisión. Rafaela haría una acusación contra un teniente gobernador por abuso de poder. El asunto parecía inconcebible, en especial, si se realizaba por una mujer. Sus hijos seguían el ejemplo de la matrona. Se alistaban en cuanta conspiración brindara alguna posibilidad de salir de la noche colonial en que estaba sumida la isla.

Al estallar la guerra de 1868 los hijos de Rafaela encabezarían las fuerzas independentistas en la localidad. Dos de ellos, y nietos de la Pepa Cardet, Julio y Belisario serían generales mambises, otros dos ostentarían los grados de coronel, Manuel y Francisco. El más pequeño, Liberato, sería capitán.

Tal parecía en los primeros meses del alzamiento de 1868 que llegaba el fin del dominio colonial, los revolucionarios capturaban Bayamo y Jiguaní. Bloqueaban Manzanillo y Tunas. Se extendían por Santiago de Cuba y Camagüey. En Holguín dominaban rápidamente los campos. De derrota en derrota los fieles a la corona se atrincherarían en una de las principales residencias holguineras, la casa del comerciante Francisco Rondán, situada frente a la Plaza de Armas. Ocupan y fortifican el conjunto de edificaciones de la manzana donde se encontraba esta residencia.

Allí se refugian los más devotos al integrismo. La mayoría son españoles. Entre el grupo reducido de cubanos se encuentra Josefa Cardet. Esta, junto a su esposo Luciano Martínez, desde los balcones del edificio contempla como los insurrectos penetran en la ciudad y van ocupando bajo el fuego hispano calles y plazas. Debió de sentir sorpresa mayor cuando vio al frente de las fuerzas contrarias a su nieto Julio Grave de Peralta secundado por sus hermanos. Un sobrino nieto, Miguel Ramón Cardet, con el grado de capitán se ufanaba en ser el primer mambí que entró en la ciudad. Otro sobrino nieto, Priscialino Cardet, era teniente abanderado. Guillermo Cardet, poeta y maestro, también de la nómina de los sobrinos nietos mostraba con orgullo su grado de capitán…. Nietos, sobrinos nietos, nietos de primos y conocidos integraban la nomina de aquella fuerza insumisa.

Los insurrectos le ponen sitio a la manzana ocupada por los españoles en Holguín. Sin artillería para derribar sus paredes intentan incendiar los recintos enemigo. Las casas inmediatas son entregadas a las llamas. Había esperanza muy creída que el fuego se propagaría a las del enemigo. El esfuerzo fue inútil. Pero la destrucción mucha. Entre las que corrieron esa suerte terrible estaban las valiosas propiedades de Josefa Cardet. Su vivienda, almacenes y comercios fueron ganados por las llamas. Comenzó el desplome de las paredes centenarias. Arrastraban los días tiernos cuando ella se abandonaba al amor de Francisco.

Entre el humo y las llamas desaparecían los tiempos en que su nombre se pronunciaba con apretar de dientes por los envidiosos, con halago genuino por los amigos, con placeres guardados por quienes habían desecho su soledad de viuda. Su universo acababa definitivamente. Más que la destrucción material era el fin de un mundo que desaparecía definitivamente. El universo espiritual de Josefa se quebraba con el sonido lastimero de los techos que se desplomaban. No era mujer que se amedrentara ante el infortunio. Podía reconstruir casas, encargarse en lo personal de dirigir sus negocios. Pero lo que se perdía ante sus ojos más que los recuerdos del pasado era la posibilidad del futuro de quienes creían en una Cuba española. Se reflejaba la hecatombe en su cuerpo ya anciano que desde uno de los balcones de la casa fuerte contemplaba el estrago del incendio, la proximidad de la ruina material y espiritual. Ahora sus carnes perdían todo soporte y se abandonaban a la fuerza de gravedad. Dejaba de vivir para no ver.

En un último gesto de extravagancia, como si su muerte también reclamara lo extraordinario, su cuerpo era velado con mucha premura por los sitiados en un rincón cualquiera, entre el humo de los incendios y el retumbar de la fusilaría. En hombros de sus más allegados era paseado el catafalco por los pasillos del asediado caserón. Depositado en insólita tumba cavada en un patio mortificado por la fusilaría contraria. Con el fin del sitio, ante la llegada de una poderosa columna hispana, sería desenterrado el ataúd. Depositado el cuerpo en el cementerio general al lado de su Francisco Zayas. Dejados ambos al olvido de los tiempos, al fragor de los silencios definitivos. (8)

NOTAS.
1– Archivo Provincial de Holguín. Fondo Protocolos Notariales, 1786, Folio 22.
2– José García Castañeda, Francisco de Zayas (en Boletín Histórico del Municipio Holguín. Segunda Epoca, 5 año, Mayo de 1955, p. 2.
3– Archivo Particular de Luis Orlando La Calle. Bayamo.
4– José García Castañeda, Francisco de Zayas, obra citada.
5– Herminio Leyva, Gibara y su Jurisdicción. Apuntes históricos y estadísticos. Establecimiento de Bim. p. 219.
6– José García Castañeda, Idem .
7- Archivo Nacional de Cuba. Fondo de Bienes Embargados, Legajo 70, número 68 y Legajo 22, número 17 y legajo 154, número 24.
8– Todavía se conserva la tumba común de Francisco y Josefa en el cementerio de Holguín.

Publicado en Memoria Holguinera, Radio Angulo en Internet link: www.radioangulo.cu/memoria-holguinera/248584-la-abuela-del-general