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José Abreu Cardet
La editorial La Mezquita de Holguín y Ediciones Nuevos Mundos de Estados Unidos acaba de publicar el libro Un Rostro Local para la Arqueología Cubana. No es un libro de arqueología sino sobre la arqueología. Son miradas a esta ciencia que estudia el pasado humano siguiendo el sendero de las evidencias materiales dejada por el hombre.
Coordinado por Roberto Valcárcel Rojas y José Abreu Cardet reúne una serie de ensayos y entrevistas a arqueólogos sobre esa rama de las ciencias en Holguín insertándolo en el contexto nacional. Es de destacar el papel fundamental desempeñado por la editora Soledad Pagliuca que con tenacidad y pasión promovió la impresión de este texto. Para que el lector tenga una idea de las características del libro reproducimos el índice y la introducción:
Índice
Holguín. Su arqueología y arqueólogos
Roberto Valcárcel Rojas y José Abreu Cardet
Historia y arqueología: una visión desde Holguín
José Novoa Betancourt
José Agustín García Castañeda y la arqueología en Holguín
Isaíris Rojas París y Margarita París Johnson
Irving Rouse en Maniabón
Roberto Valcárcel Rojas
Felipe Martínez Arango en la Loma de los Mates
Iván Rodríguez López
José Manuel Guarch Delmonte. El arqueólogo
Roberto Valcárcel Rojas
Patrimonio arqueológico aborigen de Gibara. Apuntes sobre su estudio
Nury de los Ángeles Valcárcel Leyva, José Corella y Francisco Cuesta
La arqueología holguinera en su proyección comunitaria
Adisney Campos Suárez
El relato visual ausente
Ramiro Ricardo
Entre cemíes recordados y «olvidados»: mito e historia aborigen de Cuba
Rolando Bellido Aguilera
Entrevistas
Milton Pino Rodríguez: Los primeros pasos del profesor Pino
Ángela Peña Obregón: La historia de Holguín necesita de los arqueólogos
Hiram Pérez Concepción: Arqueología en tiempos de Revolución
Oscar Zanetti: Una olvidada incursión en la arqueología
Roberto Valcárcel Rojas: Los caminos de la arqueología en Cuba y Holguín
Juan José Guarch Rodríguez: Mucho más que un asunto de familia
Lourdes del Rosario Pérez Iglesias: De las polímitas a los manatíes. Zoología para arqueólogos
Yadira Rojas Espinosa: Holguín. Arqueología de la ciudad
Introducción
La arqueología cubana ha revelado que la historia de la presencia humana en el archipiélago precede en varios milenios al arribo europeo, que las sociedades indígenas que estos destruyeron no eran tan simples como se las ha presentado en la historia tradicional y que esos indígenas y sus descendientes generaron un legado clave para la conformación de nuestro ente nacional. El mundo colonial también está siendo recuperado gracias a un trabajo arqueológico que trae a la luz viejas ciudades, ingenios azucareros, palenques de cimarrones y, sobre todo, un modo diferente de mirar nuestra historia.
Desde hace más de un siglo la arqueología lucha por aportar esa otra mirada. A partir de los trabajos de Luis Montané y Dardé (1849-1936), (1) durante la segunda mitad del siglo XIX se inicia ese camino desde una perspectiva nacional, que conforma un núcleo de investigación centrado, como la mayor parte del esfuerzo investigativo cubano en cualquiera de sus ámbitos, en La Habana. No obstante, en distintas partes de la Isla emergieron tempranamente individuos interesados en la investigación arqueológica, en ocasiones integrados a grupos de aficionados, y un amplio movimiento de coleccionismo privado.
Siempre fue evidente la importancia de tener en cuenta estos actores locales y con el fortalecimiento de la disciplina se hicieron esfuerzos por estructurar el vínculo entre esas personas y las instituciones nacionales. Un ejemplo relevante fue la integración a la Comisión Nacional de Arqueología, en el mismo momento de su fundación en 1937, de coleccionistas y aficionados como Pedro García Valdés, de Pinar del Río, y Eduardo García Feria, de Holguín, y la designación de delegados de la Comisión en las distintas provincias de la isla.
Estos individuos poseían el conocimiento de las locaciones arqueológicas y, en ocasiones, eran dueños de colecciones; aportaban datos y apoyaban el trabajo de los arqueólogos reconocidos, radicados en La Habana o en el extranjero. De cualquier modo debe recordarse que ciertos investigadores, como Felipe Pichardo Moya, en Camagüey, en la década de los 40 del siglo XX, o Felipe Martínez Arango, en Santiago de Cuba, en los años 50, desarrollaron investigaciones relevantes y propuestas de alcance nacional. Tampoco puede ignorarse el importante trabajo de grupos como el Humboldt, con su sede en Santiago de Cuba, el Yarabey, de Camagüey, o el Caonao, en Morón, o el de colectivos menos formales, en otras regiones. En 1962, como parte del impulso a la ciencia promovido por la Revolución cubana, la investigación arqueológica fue institucionalizada y se dio un fuerte apoyo al movimiento de aficionados a lo largo del país.
Distintas partes de Cuba tienen sus propias historias (2) en lo que a estudio y reconocimiento del patrimonio arqueológico se refiere. Historias muchas veces construidas por personas que residen en estos lugares y que sienten que el patrimonio allí existente es necesario para generar un discurso intelectual o científico, pero también para definir su entorno y la conformación de su mundo. Estos individuos aportan un rostro local que es imprescindible reconocer para llegar a una visión integral de la arqueología de la isla y sus actores.
Este libro aporta elementos del rostro generado desde la arqueología holguinera. Nace de las conversaciones entre un historiador y un arqueólogo y del común interés por entender nuestro pasado, el modo en que impacta nuestro presente y la forma en que nos entendemos como sociedad. En algún momento se hizo evidente que este contrapunteo personal podía ser del interés de otros, llevar a un acercamiento a la historia de la arqueología en la provincia de Holguín y permitir entender por qué una disciplina secundaria en el panorama de las ciencias sociales cubanas ha logrado sobrevivir y hasta crecer en esa provincia y contribuir a una recuperación del patrimonio arqueológico sin dudas importante en la construcción de la identidad local. Los testimonios de distintos colegas recogidos, excepto en el caso de Milton Pino, por José Abreu Cardet, y varios análisis de diversos autores sobre protagonistas o aspectos importantes de esa historia, dieron cuerpo a esta posibilidad.
José A. García Castañeda y José Manuel Guarch Delmonte son personajes claves en la estructuración de este recorrido. Su labor y la de otros arqueólogos se reseña aquí de diversos modos. También aparecen informaciones –principalmente testimonios– que sitúan a los arqueólogos y aficionados de ayer y de hoy frente a las circunstancias en que vivieron e hicieron su trabajo, para llegar desde este enfoque hasta la arqueología del presente y las preocupaciones de mañana. Igualmente se tratan aspectos sobre el modo en que se ha manejado y llevado a la sociedad la información arqueológica y los datos sobre el mundo indígena.
No proponemos un libro que desarrolle un estudio sistemático y formal de los arqueólogos y de la arqueología hecha en Holguín, de sus aportes o problemas y que reflexione a fondo sobre su impacto en la arqueología de Cuba. Es claro que quedan figuras y momentos importantes por tratar. No obstante, los artículos y testimonios compilados resultan información valiosa y dan un enfoque personal y libre, que nos lleva a detalles que de otro modo hubiera sido difícil conseguir y que nos ubican tanto en los criterios sobre el pasado como en las circunstancias cotidianas del mundo de la investigación arqueológica. Se trata de datos que serán de gran utilidad para ese abordaje profundo, que sin dudas ya debe iniciarse, y de un acto necesario de recuperación de la memoria y también de la visión actual de una disciplina importante en la construcción de la cultura y la identidad holguinera.
Deseamos agradecer a todos los que ofrecieron sus testimonios y recuerdos. Reconocemos la contribución de Alberto Corona García, quien conserva la memoria del Grupo de Jóvenes Arqueólogos, y el apoyo de antiguos miembros de esa formación como Miguel Céspedes Rodríguez, Ramón Fernández Sarmiento y Austrialberto Garcés Gómez.
Gracias a Rigoberto González Limiñana logramos tener una visión más acabada sobre el Grupo Científico de Holguín Eduardo García Feria. Fueron igualmente importantes las informaciones aportadas por Miguel Cano Blanco, Georgelina Miranda Peláez y Abel Tarrago, así como la ayuda de Elia Sintes Gómez, Xiomara Garzón, José Oliver, Peter Siegel e Ileana Rodríguez Pisonero.
La dirección de la filial en Holguín de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en la persona de Julio Méndez, y la jefa del Departamento Centro Oriental de Arqueología, Elena Guarch Rodríguez, también apoyaron la preparación del texto. Agradecemos al Instituto Cubano de Antropología (ICAN) y al Departamento Centro Oriental de Arqueología por permitirnos el uso de imágenes de sus archivos; fue importante aquí la ayuda de Elena Guarch, Mercedes Martínez, Gerardo Izquierdo, Ulises González y Guillermo Baena. Finalmente deseamos que el libro sirva de homenaje a todos los aficionados y arqueólogos de Holguín y Cuba, que han trabajado y laboran mayormente por amor a su tierra, en ese esfuerzo interminable por recuperar las múltiples raíces que nos explican y definen.
Los compiladores
Notas
1.-Se considera el iniciador de la arqueología desde una perspectiva cubana. Antropólogo de renombre internacional formado en Francia, profesor de la Universidad de La Habana y fundador del museo que más tarde llevaría su nombre.
2.-Para una valoración historiográfica de la arqueología cubana en general y del accionar de los aficionados pueden consultarse los textos: R. Dacal Moure (2004) Historiografía Arqueológica de Cuba. Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba, México D. F.; R. Dacal Moure y M. Rivero de la Calle (1984) Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, La Habana; S.T. Hernández Godoy (2010) Los estudios arqueológicos y la historiografía aborigen de Cuba (1847-1922). Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana; R. Terrero Gutiérrez (2013) Grupo de Aficionados Yarabey, notas para su estudio. Cultura material e Historia. Encuentro arqueológico II, editado por I. Hernández Mora, pp. 63-71. Ediciones El Lugareño, Camagüey.
Publicado en Memoria Holguinera Radio Angulo en Internet.
GuJosé Abreu Cardet
El investigador de la cultura Zenovio Hernandez Pavon acaba de publicar un estúdio sobre el cantante y compositor Faustino Oramas el Guayabero en la editorial Oriente de Santiago de Cuba. Nos hemos acercado a este incansable estudioso de la musica cubana y sus creadores con un puñado de preguntas que generosamente aceptó responder sobre su vida y obra.
¿Dónde naciste, en qué fecha y lugar?
-Nací en Tacámara, barrio rural de Báguano, el 8 de julio de 1959, lugar en el que aún viven numerosos descendientes de mi abuelo paterno Juanito Hernández. Del lugar no recuerdo nada, pues a los cinco años nos mudamos para Cueto, poco más de un año después a San Germán hasta que en 1968 nos establecimos en Holguín.
¿Quiénes son sus padres?
-Mis padres tengo la suerte de aún tenerlos muy cerca. Zenovio Hernández Rodríguez, chofer de la antigua ANCHAR que con 90 años, aún está atento al funcionamiento de sus también longevos vehículos, y Ofelia Pavón Ávila, con 83 años y ama y señora de las casas de sus hijos.
¿Dónde estudiaste?
-Concluí la enseñanza primaria en escuela Eradio Domínguez, del Reparto Luz. Luego estuve poco más de un año recogiendo tabaco en Sandino, Guane, Pinar del Río. Al retornar a Holguín matriculé en la José Mercerón, secundaria rural de Cabezuela, San Andrés, lugar donde influyeron mucho en el amor que siento por los libros y la investigación dos profesores y promotores de la cultura tan queridos como Joaquín Osorio y Armando Cuba. Posteriormente me gradué de Agronomía en un tecnológico de Camagüey y comencé a trabajar en el Palacio de Pioneros. Finalmente me gradué, ya mayorcito, en la filial holguinera del Instituto Superior de Arte (ISA) en dirección de Cine, Radio y Televisión, gracias a que desde los años 80, del pasado siglo XX, comencé a colaborar con los medios de difusión.
¿Cómo se inició en los estudios de música?
-Nunca he realizado estudios de música. Apenas cursos elementales de apreciación e historia, sobre todo en la etapa de esplendor del Círculo de Amigos de la Música de Concierto y, más recientemente, en cursos del Gabinete de Patrimonio Musical de La Habana.
¿Qué labor has realizado en la radio?
-Desde inicios de la década de 1980 comencé a colaborar en Radio Angulo, sobre todo a partir de la fundación en 1986 de Comentando, espacio de particular trascendencia en el que Isabel García Granados, una de mis madres espirituales junto con Carmen Mora de la Cruz, me creó una sección semanal. En 1989 juntos iniciamos “Todo en la música”, programa con el que obtuvimos varios Premios de la Ciudad y en los Festivales Nacionales.
Después me propusieron realizar 58 en Rock, un espacio que recuerdo con mucho cariño, el cual rompió lanzas contra la estulticia y la intolerancia hacia este género musical. En el 2006 Jaime Yohan me propuso pasar a Radio Holguín, emisora en la que desde entonces realizo, junto a Eduardo Alonso, De vuelta al acetato, espacio que promueve fundamentalmente la música cubana en su periodo de mayor repercusión internacional.
¿Para su labor intelectual qué significó trabajar en la radio?
-La radio fue una gran pasión, al inicio creo que no aspiraba a más. Un buen día el sonidista Róger Martínez me sugirió que preparara un libro sobre el Teatro Lírico Rodrigo Prats con los numerosos testimonios y programas que les habíamos realizado a sus integrantes. Así escribí “Del sueño a la esperanza”, Premio de la Ciudad en testimonio en 1994. Fue una suerte que la editora resultara Lourdes González, pues con ella aprendí muchas cosas.
En buena medida por la radio han surgido casi todos mis libros. Para realizar los guiones, me fue imprescindible leer mucho, tuve que armar fecharios, sacar a la luz figuras olvidadas, en fin investigar con cierta profundidad. Así surgió el reto de hacer una historia, o al menos un panorama histórico de la música en la provincia de Holguín. La radio sigue significando mucho aún, por ejemplo, de la remuneración que de ella recibo es que he pagado los viajes, materiales de trabajo, impresión de copias para concursos, etc.
Cuéntame sobre su labor en la televisión…
-Desde la década de 1980 colaboro con Tele Cristal realizando comentarios para diferentes espacios, entre los más recientes está Holguín en la memoria, Visor por dentro y A buen tiempo. También he sido guionista de programas musicales e históricos, así como de documentales de directores como Iris Bonillo y Mayra Aguilera, entre ellos recuerdo el dedicado a Mérido Gutiérrez que fuera laureado con el Premio de la Ciudad.
¿Puedes hablarnos de sus investigaciones?
-Al graduarme del ISA en el año 2000 me concedieron una plaza de investigador profesional en el Centro Provincial del Libro, aunque ya para entonces había publicado dos libros y numerosos trabajos en publicaciones periódicas como Ámbito. En el 2005 decidí pasar al Centro de la Música, ya que es esa manifestación cultural la que más me interesa abordar, esta es La Isla de la música y lamentablemente son muy pocos quienes la investigan con rigor, aunque no desdeño incursionar en otros temas.
Del fruto de esas investigaciones han surgido libros como La Música en Holguín, La cancionística en Holguín, Orquesta Avilés: centenaria y mambisa, A Puerto Padre me voy… Tuneros en la música cubana, Siete Músicos manzanilleros y El Guayabero, Rey del doble sentido, que acaba de publicarse por la editorial Oriente de Santiago de Cuba.
¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer el Diccionario de Compositores Cubanos?
-En los medios de difusión siempre se insiste más en los intérpretes que en los creadores. Al margen de lo que los cantantes puedan aportar en el prestigio de una obra, es una gran injusticia y una muestra de ignorancia, por lo que he terminado por hacer mayor énfasis en mis programas radiales en los aportes de los compositores y autores musicales. Los oyentes de mis programas disfrutan muchas veces de obras que conocen pero aprenden de la vida y obra de sus creadores, de la que generalmente conocen menos.
Empecé a realizar el diccionario en pleno Período Especial, así que puedes imaginar cuántas dificultades tuve que enfrentar para revisar cientos de publicaciones en la Biblioteca Nacional José Martí, en el Instituto de Literatura y Lingüística y en otras muchas instituciones de todas las provincias. Lo registré en el CENDA en el 2005, a una editorial le interesó, pero hasta ahora no me han comunicado su inclusión en ningún plan anual, por lo que estoy buscando a alguien que se interese por su publicación en cualquier variante.
¿Cómo está estructurado el diccionario?
-Compositores cubanos: Diccionario biográfico-musical, como se titula, está organizado alfabéticamente por los apellidos de los compositores incluidos, los cuales superan la cifra de mil, en algunos casos se incluyen fotos. Como es muy extenso, cerca de mil cuartillas, he decido trabajar esas y otras figuras por provincias. Ya publiqué A Puerto Padre me voy…Tuneros en la música cubana, junto a otros investigadores, y ya he terminado cinco volúmenes similares que les estoy proponiendo a las respectivas editoriales de esas provincias.
¿Cómo ha sido su labor como promotor cultural?
-Desde que dirigía la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (Feem) en la secundaria, comencé a imitar a Joaquín Osorio realizando concursos y conversatorios. Luego en los Círculos de Amigos de la Música y Amigos del Libro esas actividades las hacía junto a él, Carmen Mora, Lalita Curbelo y otros promotores y escritores. En aquellos años 80 no había pago por Resolución 35, pero íbamos a las Ferias del Libro en la Montaña a lugares maravillosos, también a las Semanas de Cultura en muchos lugares e incluso a eventos nacionales e internacionales como un Intercambio de Instituciones Culturales en Matanzas o aquellas primeras Fiestas de la Cultura Iberoamericana, en que preparaba charlas sobre la música en los distintos países de esta región.
Después fui de los iniciadores de las peñas culturales y aún mantengo dos mensualmente en la librería Villena-Botev y en la Biblioteca Provincial de Holguín. También organizo el Encuentro Provincial de Investigadores de la Música con el apoyo de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (Uneac) y el Centro de la Música, con algunos de los asistentes ya he concluido varios libros, dos de ellos deben salir a la luz este año 2017.
¿Cómo se desarrollan sus peñas?
-En las peñas trato de que siempre se interactúe con el público, trabajo mi fechario cultural en el que sobresalen los aniversarios redondos. Hago hincapié, por ejemplo, en los centenarios de músicos y artistas, también destaco los que cumplen 70 e ingresan al imaginario club de los septuagenarios. Suelo hacer un concurso de conocimiento o al menos la pregunta del día y al ganador le obsequio un libro, una revista o disco, con el ruego de que se lo presten a sus compañeros, pues con sistematicidad trabajo para integrantes de las casas de abuelos de la ciudad. Cuando me acompañan músicos o poetas les pido también que dialoguen, que haya comunicación y nunca un discurso largo y frío, por mucho conocimiento que atesore.
¿Qué premios has ganado en eventos y concursos?
Ya no participó como antes en eventos y concursos. Tengo un abultado archivo que quiero trabajar. Me gusta mucho incorporar a otros a mis proyectos, tiene varias ventajas como asumir varias investigaciones a la vez y compartir muchas cosas con la gente, enseñar y aprender. Siempre se está aprendiendo.
En Radio gané cinco Premios de la Ciudad y como antes solo daban un Baibrama, esas estatuillas las regalé a miembros de los equipos que trabajaron conmigo. Sin ellos no hubiera sido laureado. En radio también he recibido otros muchos estímulos en el Caracol de Santiago, en los Festivales Nacionales y en la Convención Internacional de La Habana.
Por libros e investigascribí, solo o con otros colegas, gané tres Premio de la Ciudad en los génerciones que eos de Testimonio (1994), Ensayo (1998) e historia (2011). También gané el Regino Boti en Guantánamo, el Memoria del Centro Pablo de la Torriente, en La Habana, el de Romerías de Mayo, así como en Fórum de Ciencia y Técnica y eventos teóricos.
También agradezco que me hayan concedido el Corazón de Oro del Festival Arañando la Nostalgia, las distinciones Beby Urbino y la de Hijo Ilustre de la Ciudad, entre otros reconocimientos
Publicado en Memoria Holguinera Radio Angulo en Internet. Link
Zenovio Hernández Pavón: tras el pasado musical cubano (radioangulo.cu)
José Abreu Cardet
En octubre de 1868 estalló la primera guerra de independencia de Cuba que se extendió hasta 1878. Los insurrectos llegaron a utilizar profusamente todo lo que la naturaleza brinda al hombre para su subsistencia.
Las plantas de las más diversas variedades sirvieron de alimentos o medicina a los revolucionarios. Carlos Manuel de Céspedes dejó constancia en sus escritos de ello. Le comentaba a su esposa:
Se extrae sal de una especie de palma llamada manaca, de que hay innumerable cantidad en los bosques de la isla, de suerte que ya pueden los españoles perder su tiempo en destruir las salinas y los trenes de fabricar sal, nuestros árboles nos la proporcionan. (2) (1)
En otra carta a la esposa le expresa:
En este viaje se sufrió mucha hambre, pero admírate de Cuba .Íbamos, sin saberlo, caminando por encima de la comida. El ñame cimarrón, más sabroso y nutritivo que el cultivado, se extendía por todas partes sin límites. (3) (2)
Hay innumerables ejemplos de esta forma de utilizar la naturaleza por los insurrectos. En general la propia necesidad y las circunstancias muy especiales de la guerra llegaron a provocar una singular relación entre los hombres y ella. Los insurrectos no podían hacer grandes desmontes, ni sembrados extensos, ni obras de regadío, o levantar grandes poblaciones. Contrario a esto era necesario que su presencia no fuera detectada por los contrarios. Así por ejemplo se evitaba abrir senderos en los bosques, se era muy cuidadoso en el control del fuego, pues el humo los podía delatar a los exploradores enemigos.
Pero el gran enemigo de los bosques y en general del equilibrio ecológico en la isla era la actividad económica y en especial la industria azucarera. En esa época los ingenios azucareros utilizaban fundamentalmente como combustibles la madera. Cada zafra significaba una disminución considerable de los bosques. También la tala de árboles para su exportación era un renglón importante de la economía de algunas regiones.
La explotación ganadera también representaba una importante disminución de la riqueza forestal pues se requería su desmonte para construir potreros y haciendas de crianza. Igualmente ocurría con los sitios de labranzas y vegas. Su incremento significaba una disminución constate de la riqueza forestal. Los cerdos también influían negativamente en la naturaleza por su labor depredadora. La guerra detuvo en muchas regiones y disminuyó sensiblemente en otras toda la producción. La industria azucarera fue una de las víctimas principales. Muchos ingenios fueron destruidos, principalmente por los libertadores pero también por los españoles. Una de las primeras acciones de la marina española fue destruir el ingenio Demajagua donde se había iniciado la guerra. Era todo un símbolo que el primer acontecimiento que provocó la guerra de 1868 fue detener la producción del ingenio Demajagua propiedad de Carlos Manuel de Céspedes. Esclavos y peones fueron convocados con el repique de la campana a integrarse a las filas de la insurrección. Los árboles que debían de ser derribados ese día para alimentar las calderas del ingenio prolongarían su vida por unos años más.
La explotación forestal realizada para obtener combustible para los ingenios azucareros se detuvo bruscamente en todo el territorio sublevado. Los campos en general fueron quedando abandonados. La naturaleza paulatinamente fue ocupando el lugar que el hombre le había arrebato. Muchos caminos se convirtieron en estrechos trillos de monte. Fincas desmontadas y cultivadas con esmero quedaron abandonadas a su suerte. La manigua fue ocupando el lugar de los sembrados.
Los grandes enemigos de la mayoría de los árboles pequeños, el ganado vacuno y caballar desapareció devorado por la contienda. Esto permitió que muchos árboles nacidos en sabanas y potreros lograran alcanzar la mayoría de edad. La explotación forestal bruscamente se vio detenida por el hostigamiento mambí.
Como ejemplo de esto fue el drama ocurrido en las márgenes de la bahía de Nipe en el norte del oriente cubano. Al iniciarse la guerra se estaba llevando a cabo la explotación forestal en estas costas, donde había invertido capitales la burguesía de origen española de Gibara. Por Nipe se embarcaba gran cantidad de madera con destino a Europa. La guerra detuvo bruscamente esta explotación. Los españoles aprovechando los éxitos de la ofensiva conocida como Creciente de Valmaseda en 1870 intentaron seguir con la explotación forestal estableciendo un embarcadero protegido por fuerzas colonialistas en uno de los ríos tributario de la bahía. Por allí se continuaría el implacable desmonte. Fuerzas del general insurrecto Julio Grave de Peralta atacaron, tomaron y destruyeron el embarcadero poniendo fin así al plan enemigos. De esa forma, sin conocerlo el general mambí, permitía que aquellos tupidos bosques sobrevivieran unos treinta años más hasta el inicio en ese territorio de la explotación azucarera principalmente por compañías transnacionales de Estados Unidos en el siglo XX.
El ejemplo más elocuente de este abandono de la economía producto de la guerra son las propiedades rurales confiscadas a los insurrectos y sus colaboradores por las autoridades españolas. Si leemos con cuidado los expedientes que existen en el Archivo Nacional de Cuba en el fondo Bienes Embargados nos encontramos que una buena parte de esas propiedades no eran explotadas pues se encontraban en el territorio de operaciones de las fuerzas libertadoras. Las descripciones que se hacen de las mismas en esos documentos nos muestran un listado de fincas y otras propiedades rurales abandonadas y en ruinas que la actividad bélica impedían su aprovechamiento.
Por regla la guerra trajo una disminución de la actividad agrícola y productiva en general en las zonas donde se desarrolló el conflicto pero existieron algunas excepciones como Gibara. Un puerto muy bien protegido y con una importante zona de cultivo. Allí se produce un incremento considerable de la población tanto rural como urbana así como la explotación agrícola con la lógica transformaciones que esto trae según el desarrollo económico de la época. También en momentos de éxitos de las operaciones militares peninsulares se reactivó la economía en algunas regiones. Un ejemplo de esto fue Yara, un poblado de la jurisdicción de Manzanillo. En torno a este poblado hubo un renacimiento de la explotación agrícola, fundamentalmente de tabaco. Pero las tropas insurrectas atacaron y destruyeron la zona de cultivo cuando se inició un proceso de recuperación de los revolucionarios a partir de 1872.
Como fenómeno general es indiscutible que la guerra afectó sensiblemente la actividad agrícola en amplias zonas. En especial las más alejadas de los centros urbanos importantes. Todo esto determinó que la actividad de explotación y en especial los desmontes se vieran bruscamente detenidos o disminuidos en gran parte de una extensa zona de la isla, la central y la oriental, durante casi doce años. La Guerra Chiquita que se desarrolló desde 1879 a 1880 creo también un clima de inseguridad que afectó la economía. Por lo que debemos de ver este proceso en lo referente a la relación hombres-naturaleza como un solo proceso que se inició en 1868 y concluyó en 1880 para los territorios donde se desarrolló la contienda. Mientras los hombres se destrozaban en una guerra a muerte los bosques se incrementaban o por lo menos dejaban de disminuir su área.
Con la fauna ocurrió algo diferente. Una parte de ella se vio bruscamente afectada por la caza excesiva en especial la realizada por los insurrectos. Por ejemplo la jutía era casada en grandes cantidades. También algunos tipos de aves y peces de ríos fueron sometidos a una explotación que hasta aquellos momentos no habían conocido.
Hay un aspecto interesante y prácticamente desconocido. Es la acción de muchos animales domésticos que abandonados por sus dueños retornaron a la vida salvaje. Algunos de ellos debieron de tener algún tipo de incidencia en la fauna como los gatos y los perros. No hemos podido obtener información sobre la acción de esos animales. Pero durante muchos años quedó grabada en la imaginación popular la acciones de numerosas manadas de perros gibaros, como se le llamaba a los canes que se habían hecho salvajes, capaces de atacar al hombre. En ello había mucho de leyenda pero es posible que en el trasfondo existiera alguna verdad en lo referente al número. Quizás esa sea una huella dejada por la acción de esos animales durante la guerra en la memoria humana.
La guerra también tuvo su impacto en el mundo microscopios. En las islas habían varias enfermedades endémicas, que de vez en cuando desataban epidemias, pero en general se mantenía un equilibrio entre el hombre, los virus y bacterias patógenas. La guerra introdujo un inesperado desequilibrio. La llegada de una importante masa de hombres que no estaban aclimatados, la desnutrición, el hacinamiento en los poblados donde eran reconcentrados los campesinos, dejó indefensa a una parte de la población al efecto de las enfermedades infecciosas. Todo esto tuvo un brusco impacto en el mundo microscópico provocando un incremento inusitado de las enfermedades que causaron miles de muertes. En cierta forma fue una incursión de los hombres en el mundo de los microbios.
El efecto de las guerras de 1868 y la Guerra Chiquita sobre el medio ambiente se prolongó mucho más allá del momento en que las armas guardaron silencio. Se había producido una considerable disminución de la población. Durante el período de 1881 a 1894 se desarrolló una recuperación económica de los territorios afectados por las contiendas, en especial en Camagüey y en gran parte de Oriente aunque en algunas regiones fue bastante lenta. De esa forma la depredadora actividad económica sobre el medio ambiente tardaría años en recuperarse y en algunos lugares llegó en estado de verdadera ruina productiva a la nueva guerra de 1895.
Notas:
1–Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo Carlos Manuel de Céspedes Escritos. Editorial de Ciencias Sociales La Habana 198 Tomo III p. 92.
2—Ibídem p. 1O9.
Publicado en Memoria Holguinera Radio Angulo en Internet. Link
Los bosques y la guerra de 1868: una historia poco conocida (radioangulo.cu)
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